Legalizar las drogas y despenalizar al consumidor
de drogas ¿por qué debatirlos como unidos?

Reflexiones sobre algunos desplazamientos y distorsiones a partir del debate original de no criminalizar al adicto: Falsas dicotomías, desdemonizaciones, demonizaciones y “Desnudar a un santo para vestir a otro”

 

Dra. Beatriz Boulanger

El debate  originado a partir de la propuesta de no penalizar al adicto por tenencia de drogas para consumo personal se ha convertido en otros debates que ocupan la primera plana, desdibujándose el primer objetivo de proteger al adicto para no ser criminalizado.

 Hoy escuchamos más hablar sobre: la legalización de las sustancias-especialmente de la marihuana-; la “inocuidad” de la marihuana, y hasta el ensalzamiento de sus “beneficios”; y lo “nocivo” de los tratamientos de rehabilitación que no sean voluntarios.

¿Cómo es que llegamos a estos  temas y a posicionarlos como si fueran los principales? ¿Cómo se desplazó  la mirada de la necesidad de no tratar al adicto como un delincuente a la necesidad de  respetar sus derechos a consumir y a no recibir un tratamiento que no pida?

Vale la pena un estudio sobre este desplazamiento del foco considerado problema, que ya no es cómo  solucionar que  no sea condenado-criminalizado-  por la Justicia penal o Federal quien tenga drogas para uso personal, sino que  se pasó a defender otros derechos (¿o intereses?)  el derecho a consumir  drogas, a cultivar cannabis, a legalizar las drogas,  a volverse adicto, y a no recibir tratamiento si no se lo solicita.

Tal vez si la primer polémica hubiera consistido en  el reclamo puro por  esos temas-considerados derechos-, hubieran parecido todo  extraño e inconsistente, pero hoy cada uno de estos reclamos  parecen revestirse de solidaridad y humanismo al  ser planteadas como la “lógica consecuencia” de la defensa a no victimizar como delincuente al consumidor de drogas.

 Pero si no hay una relación lineal ni necesaria entre esos planteos  ¿Es legítimo “escudarse” detrás de “una causa justa” para luchar por otros intereses?  

La gran mayoría coincide con “la causa justa” de que nadie sea tratado como delincuente si tiene droga para consumo personal-es decir, que sea descriminalizado-. ¿Pero cómo se llega de la propuesta de revisar esta situación a argumentos tan forzados a favor de todos los otros “derechos- intereses” mencionados?

Dentro de los argumentos forzados se encuentran varias incongruencias, como el reclamo de desdemonizar la sustancia, al mismo tiempo que se demonizan las internaciones y los tratamientos que no sean solicitados por el adicto.

Es correcto no demonizar la sustancia, si con ello queremos decir que no hay que ver el problema sólo desde un factor reduccionista, o sólo desde el modelo médico. Pero no es correcto si significa trasladar la demonización al modelo médico en su totalidad, haciendo propuestas que terminan siendo también reduccionistas por excesiva “erradicación” de algunos aspectos de ese modelo, como sería no concederle ninguna importancia al valor de la sustancia en sí misma, o “demonizar” los tratamientos de rehabilitación con internación o no voluntarios. Si hablamos de modelos integrales no podemos proponer ninguna versión de corte reduccionista, ya sea que no se integre la sustancia en la problemática, o proponer  como solución del problema de las adicciones la legalización de las sustancias, que se correspondería con comprender el problema sólo desde la mirada del modelo ético-jurídico o de modelos económicos.

Este proceso de desdemonizaciones-demonizaciones  es notorio-y  alarmante- si vemos como en los últimos años cursan en paralelo los discursos sobre “la inocuidad” de la marihuana (y se ensalzan sus beneficios), al mismo tiempo que, en nuestro país, se resalta la peligrosidad del paco (mientras en otros países se resaltará la peligrosidad de alguna otra droga). ¿A quién es funcional esta ecuación de “demonizar” al paco y “desdemonizar”  a la marihuana. La paradoja es que se critica al modelo médico pero al mismo tiempo se lo esgrime para argumentar que lo que hace “verdaderamente estragos” sería, al fin de cuentas, la característica intrínseca de la sustancia, y se pone “como ejemplo” de sustancia realmente “dura” al paco (u otra similar, de acuerdo al estudio de mercado que se haya hecho para cada país, o cada momento histórico-por ejemplo el crack en estados Unidos), y de “blanda-blandísima” a la marihuana.

¿No es problemático poner  la atención en “ lo verdaderamente preocupante”, el paco, y desviar la atención de la marihuana? ¿Qué tipo de contrapuntos nos están proponiendo?

Se habla de no demonizar y se  desplaza a otra demonización, se habla de modelos integrales y se proponen como grandes soluciones versiones reduccionistas.  Nuevamente ¿A quién beneficia este tipo de contradicciones y de paradojas?

Dicotomías como la propuesta con la marihuana-paco, en la cual una queda como la “no droga” y otra como “LA droga” son uno de los modos de promover el fenómeno de la tolerancia social, que merece ser objeto de análisis ético.

En un estudio comparativo que realiza H. Miguez con SEDRONAR, relata que en  1993 un ejecutivo de marketing de una compañía cervecera indicaba en un reportaje que apuntaban a los 14 años, y  en 1999 el estudio  mostró que, en el último mes de la encuesta, 800.000 chicos de 12 a 15 años habían tomado alguna bebida alcohólica. Su conclusión fue que los resultados del 99 mostraron que la estrategia de mercado del 93 y la publicidad fueron un éxito. H. Miguez encuentra  más acertado  pensar que el verdadero éxito “fue la impunidad con la que se movieron para vender alcohol a los chicos”. “Es decir, la tolerancia opera aquí dando como normal que haya un modelo donde uno se lleva el dinero y el otro los heridos”.

En el campo de las drogadicciones se habla de que uno de los mecanismos que favorece una adicción es generar tolerancia a la sustancia, es decir que cada vez sea necesario más cantidad y/o frecuencia para generar el mismo efecto. La tolerancia social sería cuando el umbral de respuesta a una situación se hace cada vez más alto, necesitando  que se llegue a  situaciones gravísimas  para que se actúe. Esto hace que la alarma social se dirige únicamente a lo que se percibe como “alto riesgo”, mientras el resto de los casos  tienden a ser ignorados, en general por naturalización,  por ejemplo por ser considerados como situaciones  “compartidas por muchos” (Como “Todo el mundo se droga” “Quién no se fuma un porro” “Todos los adolescentes se alcoholizan, es una etapa”).

Otro modo de generar tolerancia social es favorecer dicotomías como que los únicos que respetan la  autonomía del adicto  son los que  apoyan su derecho a consumir, mientras que quienes sostienen  que puede ser necesario intervenir por el derecho a la salud, favoreciendo si fuera necesario un tratamiento no voluntario,   no respetan su libertad.

También genera tolerancia social cualquier forma de desaliento, y hoy se “desesperanza” tanto desprestigiando la capacidad de rehabilitación del adicto (predicando  “Nadie-o casi nadie- sale de las drogas” “Casi todos vuelven a recaer”), como la capacidad de respuesta de  los tratamientos especializados, resaltando más sus defectos que sus virtudes (algo así  como el dicho “peor el remedio que la enfermedad”).

 

Una curiosa vertiente del desaliento es la propuesta de la legalización de las drogas, que surge de una lectura particular que se hace de algunos hechos. El discurso de la legalización surge como propuesta de solución al hecho de que el problema de las drogadicciones aumentó masivamente en las últimas décadas. Ante este desaliento se buscan las causas y se construye como primera conclusión que si el fenómeno de la drogadicción aumentó, es sinónimo de que la llamada guerra contra las drogas (contra el narcotráfico) fracasó.

 Y no sólo que fracasó sino que contribuyó y alentó el problema, ya que “estaría demostrado” que las políticas prohibicionistas favorecen los negocios del crimen organizado (usándose como “paradigma-problema” la famosa Ley Seca y como  “contraparadigma-solución” el del economista neoliberal  Milton Friedman). Se acusa así a las políticas de no legalización de las drogas no sólo de aumentar el negocio de los narcotraficantes, sino también de promover la natural tendencia de los humanos a transgredir, a no aceptar que nos digan qué es bueno y qué es malo para cada uno.

Lo extraño es que los defensores de los beneficios de legalizar las drogas usan como ejemplo al alcohol y al tabaco, resaltando primero cómo la Ley Seca sólo aumentó el crimen, y segundo cuántos beneficios trajo  regularizar a las mismas (como la publicidad o la venta restringida a menores).

Extraño porque esos defensores son los mismos que remarcan  que hoy el tabaco y el alcohol son las drogas más consumidas en todo el mundo, y que causan más muertes que las drogas ilegales.[1] 

Extraño cuando escuchamos entre los argumentos pro legalización los beneficios de poder regularlas y hacer “control de calidad”, pero   vemos las estadísticas mundiales que muestran que la principal franja afectada es la adolescencia ¿entonces fracasó la legalización y la regularización de estas sustancias?

También resultan extrañas algunas posturas que declaman que es bien conocido que el alcohol y el tabaco generan grandes daños, entonces, ¿por qué no legalizar una sustancia que es más inocua, como la marihuana? Este argumento es inconsistente, aún sin  discutir sobre la no inocuidad del cannabis, ya que no el lógico proponer que si hay otras  sustancias que sí son “malas” y lograron status de legal, por qué no incluir una sustancia “menos mala”.

Vestir a la legalización de las drogas como LA solución al problema de las drogas parece olvidar que la drogadicción es reconocida como un problema complejo, integral, multifactorial (no unifactorial).

También parece olvidar que la legalización sigue manteniendo la dicotomía ilegal/legal, con lo cual lo antes prohibido ahora cobra status de permitido, de beneplácito. Este argumento suele sostenerse desde “Igual lo van a hacer, entonces es mejor que lo autoricemos nosotros, y así los vamos a proteger, por lo menos haremos control de calidad de la sustancia, y no se meterán en situaciones delictivas”.

 Exactamente el mismo sistema de creencias que los especialistas en la rehabilitación de las drogas trabajan como los circuitos facilitadores del consumo: aquellos pensamientos y actos del codependiente- familiar o vínculo próximo- que trata de proteger, ya sea evitando  que alguien consuma-hijo-pareja, etc.-, o que tenga consecuencias más graves por hacerlo :“Prefiero darle yo el dinero, así no sale a robar”, “Prefiero darle el dinero, así consume de “la buena”, no de la “porquería””.  Pero en la práctica, este conjunto de “soluciones” se convierten en mensajes y actitudes permisivas que agravan el problema.

Y otra curiosidad que surgió con el debate de la legalización son los que se unen a la propuesta, pero ya no como solución al problema de las drogadicciones, sino como defensa del derecho a consumir drogas, inscribiéndolo en el derecho a la autonomía individual.

Este breve recorrido muestra  sólo algunas de las múltiples facetas que están en juego en debates como la despenalización, la legalización, la competencia o no de forzar a tratamientos de rehabilitación.

Intenta simplemente repensar algunos de los argumentos actuales. Como dice el refrán: “No hay que desnudar un santo para vestir a otro”, y para eso es absolutamente necesario precisar de qué y a quién hay que desnudar, y de qué y a quién hay que vestir. Desnudar de  ser criminalizado  quien posea drogas para su consumo personal es legítimo. Desnudar al tabaco y al alcohol de su inocuidad, mostrando que son legales y al mismo tiempo las que más muerte generan también parece legítimo. 

Pero ¿es legítimo desnudar para vestir con  los  beneficios e inocuidad a la marihuana? ¿O la vestimenta de que lo prohibido funciona como la manzana en el paraíso, cuando la no prohibición no frenó el “ánimo de transgresión”?

¿De qué se está vistiendo y a qué santo se está vistiendo? (tal vez el ejemplo más visible es “el santo del cannabis” ¿pero cuáles están invisibilizados?)

Es preciso ser cuidadosos y concientizarnos de la necesidad de  evitar crear dicotomías falsas, que promueven estrategias de protección generando nuevas desprotecciones.

 

[1] Milton Friedman en su Carta abierta a William Bennet, al mismo tiempo que propone tomar al alcohol y al tabaco como ejemplo de resultados positivos de la legalización , dice de los mismos:   “El alcohol y el tabaco causan más muertes a quienes los usan que las drogas. La descriminalización no nos impedirá regular las drogas como ahora lo hacemos con el alcohol y el tabaco: prohibición de vender drogas a los menores, prohibición de hacerles propaganda y medidas similares. Estas medidas pueden hacerse cumplir, mientras que la prohibición total no”.

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Referencias

[1]
Milton Friedman en su Carta abierta a William Bennet, al mismo tiempo que propone tomar al alcohol y al tabaco como ejemplo de resultados positivos de la legalización , dice de los mismos:   “El alcohol y el tabaco causan más muertes a quienes los usan que las drogas. La descriminalización no nos impedirá regular las drogas como ahora lo hacemos con el alcohol y el tabaco: prohibición de vender drogas a los menores, prohibición de hacerles propaganda y medidas similares. Estas medidas pueden hacerse cumplir, mientras que la prohibición total no”.