Siendo que aún hay poca discusión sobre el papel que se le da a la Espiritualidad en la concepción y en los abordajes de la Salud en general y en el área de la Salud Mental, vale la pena revisar:
¿Por qué esta ausencia?
¿Qué relación hay entre la tarea clínica y la espiritualidad? ¿Tenemos sesgos?
¿Es necesario o no el entrenamiento de los profesionales de la salud en el conocimiento de la dimensión espiritual
¿Cómo entrenarnos?
La gran ausencia
Seguramente son varios los factores que contribuyen a lo que podríamos llamar “la gran ausencia” de la Espiritualidad en el campo de la Salud, pero aquí comentaremos muy someramente sólo dos, que a su vez, están interrelacionados: la hegemonía del modelo médico-científico dentro del sistema de salud, y la discusión entre Ciencia, Religión y Espiritualidad.
La hegemonía del modelo médico-científico
Si bien se habla mucho de la necesidad de modelos integrales sobre la salud, como los ecológicas y los bio-psico-sociales, no suele explicitarse en los mismos la inclusión de la dimensión espiritual.
Hay quienes no se han percatado de esta ausencia, pero sí han observado que ese orden secuencial de los términos no es ingenuo y refleja una atribución jerárquica del valor que se le atribuye a cada una de las partes. Por ello no se habla de un modelo socio-psico-biológico, lo cual no es un mero juego de palabras, sino una consideración en la cual el orden de los factores sí podría alterar el producto.
El orden instalado, bio-psico-social, es reflejo de la hegemonía de un tipo específico de Ciencia, que define que la validez de conocimiento debe ajustarse a lo racional, empírico, tecnológico y demostrable. Y si bien, tanto las Ciencias Psi como las Sociales han hecho una gran lucha para cobrar status de Ciencias, aún tienen que seguir demostrando que lo son para no ser excluidas. Y como lo demuestra el orden que siguen en la tríada de los modelos integrales, podrán llegar a ser segundas o terceras, pero no primeras. De todos modos son consideradas e incluidas, mientras que la espiritualidad no parece haber logrado lo mismo.
Este panorama llama la atención si recordamos al movimiento humanista, que como muchos otros cambios de paradigmas, surge como revisión de un orden establecido, al que le encuentran limitaciones.
J. J. Ferrer, dice de las Humanidades que a las mismas “les interesa el problema humano, que no es otro que el problema del sentido tanto de la vida humana como del universo mismo”. (Ferrer, 2010)
El movimiento, aplicado a la salud, básicamente propuso que la misma no debía ser abordada pura y exclusivamente con la ciencia, la tecnología, y las variables cuantificables, sino también, y primordialmente, contemplando al ser humano. Esta visión tuvo eco tanto dentro de la Medicina como de la Psicología.
En la Medicina se hizo hincapié en dejar de ver al “enfermo” como una mera máquina, y especialmente dar valor a la relación médico paciente.
En el campo Psi la Psicología Humanista surge después de la Segunda Guerra Mundial, y en general ha resaltado la realización del potencial humano, el sentido o propósito de la vida, el concepto de conciencia ampliada o distintos niveles de conciencia, y la trascendencia del ego hacia una Totalidad.
Sin embargo, y a pesar de ser denominadas La Tercera Fuerza (luego del Psicoanálisis, y del Conductismo), de todas las escuelas Psicológicas, y sin temor a exagerar, podríamos decir que son las “más desprestigiadas” dentro de los ambientes que se consideran “más académicos”. Siendo conciente de ello, ya Fritz Perl, creador de la Psicología Gestáltica dijo “Si querés ser un buen terapeuta gestáltico tenés que estar dispuesto a desprestigiarte.”
Desprestigio que tiene relación con la larga discusión sobre la validez del conocimiento, siendo ya por todos conocidos que la Modernidad da inicio al reinado de las Ciencias, que estipulan cuáles son los parámetros para alcanzar el conocimiento “verdadero”.
Y aquí enlazamos con el segundo punto.
Ser o no Ser espiritual:
Algunas relaciones entre Ciencia, Religión y Espiritualidad.
Los protagonistas más conocidos de esta batalla por ser dueños del conocimiento verdadero son la Ciencia y la Religión, y el problema mayor es que se ha planteado en términos excluyentes, como si hubiera un solo tipo de conocimiento verdadero y un solo dueño de la verdad. El resultado de este planteo ha sido una relación planteada en términos de vencedor/vencido, que si recorremos la historia, dio por vencedor a la Religión hasta la Modernidad, y luego a las Ciencias.
Las Ciencias se atribuyen ser las que poseen el método para alcanzar el conocimiento verdadero, y las religiones pregonan ser las que posibilitan el acceso a la Verdad. Y aquí, el uso de la misma palabra con minúscula o con mayúscula tampoco es por un juego de letras, sino que remite a dos tipos de verdad.
Pero, como en toda escalada simétrica, no hay vencedores ni vencidos, sino que todos perdemos.
Tal vez el sólo reconocimiento de que estamos hablando de dos tipos de verdades, en realidad dos modalidades de conocimiento y de conciencia- ayudaría a salir de la polaridad actual, según la cual parece que el conocimiento verdadero es posible de un solo modo, y patrimonio de un solo tipo de Ciencias.
En la práctica, el hecho de que en los momentos actuales son las Ciencias “las vencedoras”, una de las consecuencias en la Salud es la exclusión de la dimensión espiritual en la consideración de la misma.
Un intento de abrir, o “desarmar” esta discusión, es el de diferenciar la Religión de la Espiritualidad.
Hay muchas definiciones de ambas, pero en general, se define a la religión como un sistema de creencias organizado que incluye creencias, valores morales acerca de Dios o un Poder Superior, compartidas y usualmente institucionalizadas. En cambio se define la espiritualidad como creencias y prácticas personales internas. “La espiritualidad “es en sí misma” y no precisa ningún marco institucional para existir. La religión es un aspecto externo de la espiritualidad y no necesita estar presente para que la experiencia exista. Si bien la religión es un modo posible de expresión espiritual, la espiritualidad en sí excede ampliamente las instituciones”. (Kamienomostki, S.B, 2011)
En esta primer diferenciación (externo-institucional/interno-extrainstitucional) todos coinciden.
Y esta diferenciación trae como consecuencia que algunas personas se reconozcan a sí mismas como religiosas y espirituales, otras como espirituales pero no religiosas, e incluso que algunos consideren a otros como religiosos pero no los ven espirituales.
Pero hay una segunda diferenciación, mucho más compleja, que es cuando se trata de especificar sobre la espiritualidad, aquí el abanico es amplísimo.
La mayoría puede coincidir con lo que podríamos llamar el sentido más amplio de espiritualidad, que va desde sentimientos de comunión con la Naturaleza, el Arte, la Humanidad, a la inclusión de los valores, la ética, y puede extenderse, en algunos, a posturas más existencialistas de búsqueda de sentido-propósito del ser humano. Incluso se puede hablar de una trascendencia, pero la misma no tiene por qué ser divina, puede ser lo social, lo grupal, la Humanidad, o el Planeta.
Donde hay menos coincidencias es cuando se entiende la Espiritualidad en lo que podríamos llamar su sentido estricto (y no será casual que cuando se habla en el primer sentido, se suele escribir con minúscula, y cuando se lo hace en el segundo, con mayúscula).
Aquí siempre se habla de una relación con la trascendencia, que tampoco es lo mismo para todos. Para algunos la trascendencia es externa, y para otros es también inmanente. Y lo que cada uno entiende por trascendencia y/o inmanencia varía mucho: puede ser Dios, lo Divino, lo Alto, el Poder Superior, lo Cósmico, la Conciencia-Fuerza, la Fuerza Creadora, la Energía.
Cuando se habla de Espiritualidad en sentido estricto se habla también de Fe, de Alma, de Espíritu, y en general de la concepción del Ser como multidimensional, asumiendo que además de cuerpo, mente, emociones, somos Alma y Espíritu; y más aún, que somos Almas encarnadas.
Esta variedad de especificación de la espiritualidad ya no trae sólo la diferencia entre si alguien es religioso y/o espiritual, sino distinciones mucho más profundas, como ser si me considero, como ser humano que soy, espiritual o no. O incluso si pienso que no lo soy hasta este momento, pero creo que podría llegar a serlo, a través de algunas prácticas o experiencias. O puedo definirme como espiritual, por ejemplo en momentos que siento una comunión con la Naturaleza, o el Arte, pero creer que hablar de Alma y Espíritu sigue siendo una metáfora. Mientras otros no podrán dejar de concebir al Ser sino como multidimensional.
Entonces, si bien hay coincidencias en la diferenciación entre religión y espiritualidad, no las hay en la definición sobre la espiritualidad, y, lo que más nos interesa, no hay una única conclusión sobre cómo se define el ser humano a sí mismo: si espiritual siempre, si a veces, o nunca. E incluso, si quienes se definen como espirituales, están hablando de la misma “como un sentimiento”, como valores, como una cuestión de Fe, o como “una conciencia amplia de su multidimensión”.
Esta es otra de las razones que podría tener su peso en la “exclusión” de la espiritualidad incluso de los llamados modelos integrales de salud.
Sin embargo, aún cuando no siempre se considere al ser humano como intrínsecamente espiritual, siempre, en la concepción de cada ser humano, hay una cosmovisión que incluye una posición sobre la espiritualidad, sea la de los demás y/o la propia, por inclusión o por exclusión.
Pasamos así al segundo punto que nos propusimos revisar.
La tarea clínica y posibles relaciones con la espiritualidad
Ferrer (2010) trata este tema en la formación médica, partiendo de la concepción de la Medicina como Humanística. Remarca, como lo hace esta corriente, que los médicos tratan a los seres humanos, y especialmente en los momentos que son nudos existenciales, como ser nacimiento, muerte, enfermedades, que nos enfrentan a la búsqueda de significados trascendentales.
Entonces, si se entiende la espiritualidad en su sentido amplio, “como la búsqueda del significado de la vida, de los valores y de la virtud, reconociendo el individuo humano su limitación y su apertura a algo mayor que él” (el universo, la humanidad, los grandes ideales morales, la Verdad, la Justicia), estos nudos existenciales remiten a la espiritualidad, y la actividad clínica está atravesada por la misma.
Por ello este autor propone que se incluya en la currícula de la carrera médica formación sobre la espiritualidad. Y agrega que si bien es válida la distinción entre espiritualidad y religión, le parece pertinente no excluir el estudio de las religiones, como expresión formal de las tradiciones espirituales, ya que a) son muchas las personas que siguen articulando su experiencia espiritual en el lenguaje de la religión, siendo grande el pluralismo cultural-religioso y b)los pensadores religiosos de las grandes tradiciones llevan siglos reflexionando sobre la experiencia espiritual.
Concluye entonces que siendo que la tarea médica está atravesada por la
dimensión espiritual, y que el mapa espiritual de los pacientes incluye también a aquellos que sí pertenecen a alguna religión, es necesario que los profesionales de la salud tengan sensibilidad espiritual, tanto a la no religiosa como a la religiosa.
Siendo que este autor es sacerdote jesuita especialista en Teología Moral, algunos podrían decir que esta conclusión es producto del sesgo de su formación.
Los sesgos, cuáles y de quiénes
Hablemos entonces de sesgos, cuáles y de quiénes. Para ello podemos recurrir a un autor como Harry Aponte, médico psiquiatra y renombrado terapeuta familiar sistémico, conocido por dedicarse muy especialmente a la formación de terapeutas familiares, y a los sesgos de los mismos. Para él es importante que los terapeutas reconozcan que siempre operan desde sus creencias y valores, y que no hacerlo conciente aumenta el sesgo, siendo los principales los relacionados con las cuestiones políticas, religiosas y espirituales.
Asumir esa realidad implicaría no preguntarse, todavía, si puede operar fuera de esos ítems, sino desde qué lugar opera con cada uno de ellos, cómo los integra o los excluye.
Respecto al sesgo sobre la espiritualidad, para él ya no habría que preguntarse si existe, sino ver las distintas formas en cómo se puede representar la misma: fe, alma, moralidad, valores, sentido.
Su definición de espiritualidad entraría en la categoría que hemos llamado sentido amplio, como todo lo que trasciende a la vida cotidiana y le da propósito y sentido. Y como “una modalidad de vida que proporciona una cosmovisión, normas morales y una forma de vivir”, que surge de un sistema de creencias sobre la naturaleza de las personas, el propósito de la vida y nuestra relación con el mundo y su origen último. (Aponte, Harry, 1996)
Con esta definición amplia de espiritualidad sostiene que todo proceso terapéutico implica la misma, que por lo tanto no hay que temer “meter” la espiritualidad en el mismo, sino más bien estar concientes de que está ahí, y de que son los pacientes los que piden espiritualidad. Es decir, no vienen a terapia sólo buscando alivio para sus problemas, sino una mejor manera de vivir-o de morir-, revisar valores, sentido, proyecto vital, su relación con el mundo.
Así resulta clara para él la relación entre la espiritualidad y la clínica, y destaca varios puntos a tener en cuenta en el proceso terapéutico:
-en qué medida interviene la espiritualidad en la conceptualización de los problemas, tanto como fuente de curación como en los objetivos a proponerse en el trabajo terapéutico.
-hasta qué punto el terapeuta abordará lo espiritual en forma explícita o implícita.
-qué clase de influencia ejercerá el terapeuta sobre la espiritualidad de sus consultantes, si es que decide ejercer alguna.
– plantearse si expondrá públicamente o no su postura en relación a la espiritualidad, y en caso de adherir a una, si lo explicitaría.
-un modelo terapéutico que incorpore lo espiritual se empeñará en averiguar las consecuencias posibles de la espiritualidad d e los pacientes sobre la generación y la solución de sus problemas, evaluando cómo la concepción de la espiritualidad que se tiene es raíz de los problemas o contribuye a los mismos.
Continuando con la línea clínica, hay otra autora muy interesante a destacar, Froma Walsh, psiquiatra y terapeuta sistémica conocida por su trabajo de investigación sobre las fuentes de resiliencia familiar, destacando como una de ellas la espiritualidad: “A través de los siglos la gente ha encendido velas, rezado en grupos, meditado, y tranquilamente se ha vuelto hacia la fe para consuelo, fortaleza y conexión en sus vidas. En tiempos de crisis y adversidad, las creencias y prácticas espirituales han fomentado la resiliencia y la recuperación de las pérdidas-duelos, trauma y sufrimiento.” (Walsh, Froma, 1999)
Esta autora también remarca que la espiritualidad es aún mucho más sesgada en el ámbito de la Salud Mental que otros temas, ya que los terapeutas se han atrevido a abordar la sexualidad, el dinero, la muerte; sin embargo la espiritualidad y la religión parecen ser tabú, quedando afuera de la práctica clínica, de la investigación y del entrenamiento: “Esto ha sido traducido en un entendimiento implícito entre terapeutas y clientes de “No preguntar; no decir”.”
Para ella la espiritualidad también se define en un sentido amplio, aunque incluye más explícitamente la concepción de Alma. Por ello considera que es importante abordar la espiritualidad no como un tópico especial, sino como el gran telón de fondo a través del cual fluyen todos los aspectos de la vida.
Tanto que el sistema de creencias espiritual-o podríamos decir también la cosmovisión- influencia cómo la gente define sus problemas, ve las causas y las soluciones, y crea significado sobre la adversidad y el sufrimiento. También influye sobre cómo las familias abordan el hacer frente a la adversidad, la aceptación, el cambio, y dónde los miembros van a buscar ayuda. “Necesitamos entender cómo el trauma o las adversidades persistentes han herido el alma; cómo las creencias limitantes, las experiencias religiosas negativas, o una invalidación espiritual puede contribuir al sufrimiento y a bloquear la curación-sanación.” (Walsh, F, 1999)
Por ello, una de las premisas de esta autora es que hay que explorar el significado espiritual de la experiencia con todos los clientes, no sólo con aquellos que inicialmente presentan preocupaciones espirituales.
Tal vez, para algunos, las propuestas que parten de definir la espiritualidad en sentido amplio tienen el beneficio de ser muy abarcativas, y generalizables, pero la desventaja de resultar muy inespecíficas.
Hay otras propuestas que parten de la concepción en el sentido estricto, y la lectura que hacen sobre la relación entre la tarea clínica y la espiritualidad es más específica. Aunque todos conciban la existencia multidimensional del hombre, también en estas escuelas varía cómo se entiende esta multidimensión, y la relación entre sus partes. Pero en general en lo que hay coincidencia es en lo que expresa S, Kamienomostki al hablar de su modelo de Psicología Espiritual TICEAP “El verdadero propósito de la experiencia de estar aquí es recobrar la plena Conciencia, la verdadera identidad; sabernos un Alma y un Espíritu que experimentan lo humano” (Kamienomostki, S., 2011). Para esta autora entre las específicas relaciones que encuentra entre la espiritualidad y la clínica está el entender el síntoma como un bloqueo entre los diversos planos de esta multidimensión, pudiendo ser entre los niveles de la Personalidad, como entre la Personalidad y el Alma, o el Alma y el Espíritu.
Y otra variante, aún más sesgada, que se corresponde con el sentido estricto, es si se tiene en cuenta- y cómo- lo que algunos llaman el mundo invisible o las Fuerzas Ocultas.
De todos modos, tomando la espiritualidad en sentido amplio o en sentido estricto, ambas corrientes coinciden en la ineludible relación entre la clínica, el proceso terapéutico, la salud y la espiritualidad, sea que se la aborde con propuestas más o menos específicas.
Sin embargo, y aún habiéndose hecho el primer esfuerzo de la distinción religión-espiritualidad, aún el campo de la Salud continúa reticente a la inclusión explícita de esta dimensión. O en algunos casos, cuando parece darse por obvia, tan “natural” como el respirar, parece que entonces no necesitaría ninguna formación especial para su abordaje.
Y esto nos lleva al tercer punto de este desarrollo.
¿Cómo entrenarnos?
Algunos retos
Como ya vimos, la primer dificultad que se presenta cuando se habla de si los profesionales de la salud deberían o no abordar la espiritualidad, es la confusión que todavía se hace con la religión, así que el primer reto fue establecer esa distinción.
Si bien está claramente establecida desde la teoría, aún muchos profesionales encuentran los bordes muy difusos, sobre todo si hablamos de la espiritualidad en sentido estricto, y eso les hace temer meterse en terreno que consideran no es de su competencia.
Sin embargo la distinción existe, es clara, y absolutamente válida, por lo cual entrenarnos en abordar la espiritualidad no nos convierte en religiosos, y tampoco necesariamente en estudiosos de las religiones, aunque también podrían incluirse como lo fundamenta Ferrer.
La segunda dificultad podría ser la concepción que se tenga sobre la espiritualidad (amplia, estricta o metáfora poética) pero también concluimos, que en cualquiera de sus formas todos tienen alguna postura respecto a ella, por lo tanto no debería ser un tema tabú.
Pero, una vez sorteadas estas dificultades nos encontramos con otra ¿Cómo podríamos entrenarnos para abordarla en cualquier campo de la salud?
Y aquí vuelve a relucir la discusión que vimos se entabla entre ciencia y espiritualidad.
Es decir, para que el entrenamiento sea válido ¿hay que entrenarse según los parámetros del modelo científico hegemónico? ¿o hay que hacerlo de un modo absolutamente diferente?
Así como H. Aponte dice que el gran reto actual está en ver cómo se vincula lo espiritual con lo psicológico (y específicamente con la tarea clínica), para Ken Wilber, conocido psicólogo transpersonal, el gran reto de nuestros tiempos es la integración de la relación entre la ciencia y la religión.
Emprendiendo esta tarea, toma también como primer paso la distinción entre religión y espiritualidad, aspirando a que las religiones puedan aceptar esa diferencia, y trabajen más que sobre lo que algunos denominan los mitos de cada una, sobre los núcleos comunes de estas grandes tradiciones espirituales (que él encuentra es La Gran Cadena del Ser, que sería la concepción multidimensional del hombre).
Y el segundo paso que resulta de su trabajo, es mostrar que el matrimonio entre las ciencias y la espiritualidad es posible, en términos aceptables para ambas partes, sin que ninguna pierda identidad ni quede arriba o debajo, sino una al lado de la otra.
Siendo que hoy en día el modelo hegemónico es el de las Ciencias, comienza por investigar cuáles son las objeciones que hace la misma a la validez del conocimiento espiritual.
Es muy interesante como va desarticulando, casi al estilo del judo-es decir, usando la misma fuerza del adversario-, las objeciones habituales. (Wilber, Ken, 2004)
Concluye que, con respecto a la primer objeción que suele hacer, que no existe el conocimiento interior, la ciencia “convencional” debe aceptar que no puede objetar su existencia, ya que para conocer y analizar los datos objetivos del mundo empírico usa un aparato conceptual que responde a estructuras internas, no sensoperceptivas (números imaginarios, ecuaciones, álgebra, lógica): es decir la ciencia no se limita entonces a fragmentos sensoriales.
Y si aceptan la existencia del conocimiento interior, sólo podrían rechazar aquellas modalidades del mismo que carezcan de métodos válidos de verificación. Y aquí es donde Ken Wilber defiende que la espiritualidad, que es una modalidad de conocimiento interior, se ajusta a las mismas tres características del método científico (que la diferencian de la poesía o la superstición).
A estas características las llama las tres vertientes de todo conocimiento válido, y son las siguientes:
- 1- Prescripción con instrumentos: hay un modelo, un paradigma con instrucciones a seguir, con instrumentos “Si quieres saber esto, deberás hacer esto otro”.
- 2-Empirismo: En principio rescata el sentido amplio de experiencia, que no es únicamente sensorial. Es experiencia, y es conocer por experiencia de la prescripción, es aprehensión directa de datos; evidencia y prueba 3-Verificabilidad: los datos de la experiencia son cotejables con otras personas que hayan cumplido con los dos primeros puntos.
Reconocer que estas son las bases del conocimiento científico permitiría aceptar que siempre que se cumplan estos tres pilares, estaríamos frente a una ciencia, sea sensorial, mental o espiritual, cada una con sus características.
Y para ello es muy importante no confundir los niveles de conocimiento, es decir, por ejemplo, no intentar “demostrar” la experiencia espiritual con el conocimiento racional-mental o con el sensorial de lo material visible. Aceptar que es otro tipo de experiencia y conocimiento.
Como dice Mirra Alfasa, gran investigadora y creadora junto con el filósofo Aurobindo de lo que denominaron el yoga integral: “El espíritu científico no está necesariamente limitado reduccionistamente a la variante materialista de la ciencia, aunque sea dominante en el presente. El espíritu científico es una actitud de la mente que puede y debe ser tomado hacia todos los aspectos de la existencia en el ámbito perceptual del ser humano, sean o no materiales, ya que inmaterial no es sinónimo de irreal o no existente.” (van Vrekhem, G, 2000)
En el campo de la salud, para que la espiritualidad pueda transitarse como ciencia, debe poder ofrecer que se cumplan estas tres vertientes, tanto para los profesionales como para los pacientes: que haya instrucciones que se puedan seguir, que alguien haga la experiencia de seguir las instrucciones, y que pueda cotejar los datos que surjan de la misma con otros que sigan el mismo paradigma.
Y esto debe ser tanto para las propuestas que toman la espiritualidad en sentido amplio, como las que lo hacen en sentido estricto.
Ya que hemos dedicado especial atención a los sesgos como profesionales, es pertinente preguntarnos por qué, aún en los profesionales que hablan abiertamente de la espiritualidad como parte de su trabajo, suele omitirse cualquier referencia hacia una de las variantes del sentido estricto, la que incluye explícitamente el mundo invisible o las fuerzas ocultas.
Si bien numerosos autores han hablado de la luz y la sombra, siendo uno de los más conocidos Jung, sigue siendo el aspecto “más oculto” de los modelos espirituales.
Tal vez porque así como está la confusión entre religión y espiritualidad, lo está con el ocultismo, que suele asociarse a la magia y a intentos de dominar lo supernatural con diversas fórmulas mágicas. Pero, como dice Aurobindo, éste es sólo un aspecto del ocultismo, y no precisamente su mejor cara, más bien es la que, como dice este autor, le ha hecho ganar, merecidamente, su mala fama.
Por eso este autor aclara que “La ciencia oculta es, esencialmente, la ciencia de lo subliminal, lo subliminal en nosotros y lo subliminal en la naturaleza-del-mundo, y de todo lo que está en conexión con lo subliminal, incluyendo lo subconsciente y lo superconciente, y el uso de eso como parte del autoconocimiento y del conocimiento-del-mundo y para la dinamización correcta del conocimiento.” (Aurobindo, 1971)
Si nos atrevemos a repensar la espiritualidad y su relación con la clínica y la salud, tal vez también revisemos qué sería hablar del mundo invisible, e incluirlo en el abordaje como lo hace la propuesta de S. Kamienomostki, quien remarca la importancia clínica de legitimar las percepciones del mundo invisible ( intuiciones, pálpitos, corazonadas, experiencias de dejá vu, o de “sexto sentido”) , al mismo tiempo que no alentar las distorsiones.
Llegados ya a este punto, podemos animarnos a decir que un entrenamiento en la dimensión espiritual parece necesario y posible, si se superan varios retos: los sesgos sobre la espiritualidad, la distinción entre espiritualidad y religión, la aceptación de la espiritualidad como ciencia, y sobre todo, como dijo Perls, si nos atrevemos a desprestigiarnos. Y mejor aún si nos preguntamos, en todo caso, ¿desprestigiarnos frente a quién? ¿frente a nuestros colegas? ¿frente a los pacientes?
Lo importante es no desprestigiarnos frente a nosotros mismos, estar concientes de nuestras limitaciones, pero también de nuestras potencialidades, y sobre todo, la de los pacientes y la del proceso terapéutico.
Como nos propone K. Wilber, solo practicando la experiencia y cotejando con otros que también lo hacen, podremos “verificar” nuestras propias conclusiones. Y tal vez nos encontremos no con un mundo sobrenatural ni mágico, sino con una maravillosa experiencia profesional.
Bibliografía
Aponte, Harry, dic 1996, “El sesgo político, los valores morales y la espiritualidad en la formación de los psicoterapeutas”, en Revista de ASIBA, Sistemas Familiares, año 12, Nº 3, dic 1996, Bs As.
Aurobindo, 1971, La Vida Divina, Editorial Kier, Bs As.
Ferrer, Jorge José,2010, ¿Tiene un lugar la espiritualidad y los estudios religiosos en las humanidades médicas?, Revista Vida y Ética, Año 11, Nº2, dic 2010 Publicación UCA, Facultad de Ciencias Médicas.
Kamienomostki, Silvia B., 2011, Pasamanos a la Conciencia. Una Psicología Espiritual para este ciclo de la Humanidad, Ediciones TICEAP, Bs As.
Van Vrekhem, 2000, George, The Mother, the story of her life. Edit. Harper Collins, India.
Walsh, Froma,1999, Spiritual Resources in Family Therapy, edited by Froma Walsh, 1999, The Guilford Press, New York
Wilber, Ken, 2004, Ciencia y Religión”, Edit Kairós, Barcelona